30 marzo 2012

2000 light years from home

Charly quería viajar sola.

Deslizarse dentro del vagón de un tren -en su cabeza lo imaginaba salido de una estética steampunk- y sumergirse en un atardecer terroso de la India al compás de Eric Clapton.

Solía decir que si no podía viajar en el tiempo, iría lo más lejos que su vista alcanzara.

Agobiarse en subterráneos fríos de fluorescentes azules parpadeando en el techo de las mazmorras de hierro y ruedas de una gran ciudad, perderse en la marea de colores vivos de un mercadillo en algún punto exótico del sur, ensarzarse en un combate cuerpo a cuerpo contra las olas de la orilla del Pacífico, tomar un café en las noches bohemias de París, recrear las tertulias literarias del siglo XX, iluminarse con la policromía de los faroles chinos mientras desaparecen en el firmamento asiático. Empaparse de la esencia del último rincón del mundo y salpicarse del folclore que habitara en él.

Quería viajar al pasado cruzando Abbey Road y seguir el rumbo de la música desde que el primer amplificador se enchufara en un oscuro pub de Londres. Quería experimentar riffs desgarradores en la lucha entre el jazz y el rock and roll, pintarse el alma en Woodstock, escupir a la cara del sistema en la revolución del punk e impregnarse del sonido Seattle en el Crocodile Café en pleno auge del grunge.

Las películas estrambóticas de ciencia ficción enseñaban como imposibles portales a otros tiempos y lugares, y Charly se había dado cuenta de que existían y se llamaban arte.

Charly tenía miedo de que lo establecido acabara reinando en su vida. Es lo que le habían enseñado con sus guitarras de cuerdas de acero criadas en el blues de los años 60.

26 marzo 2012

Wild horses

Me gustan los batidos fríos de fresa y plátano en vasos de cristal. Y que haya gotas de agua haciendo carreras hacia abajo por el lado de fuera. Me gusta que el whisky me queme el cuerpo por dentro. Me gusta David Bowie, pero no ahora. Cuando parecía un pirata azul y rojo brillante venido de otro planeta.

-¿Y qué más?

-Y el sombrero blanco que llevaba Brian Jones.

Jade dio una calada y sopló el humo seco hacia arriba, apoyando la cabeza en el borde de la puerta granate metalizado del descapotable. No se dieron cuenta pero se había hecho de día y el horizonte se había teñido de rosa durante la noche. Las montañas de amarillo.

-Le gustaban los pájaros.

-¿Cómo?

Charly reclinó la cabeza en el cuero raído del asiento del copiloto y se ocultó bajo la seda naranja de su pelo. Se mordió los labios. Sabían a fresa del protector labial que se había untado de madrugada.

-Una vez se metió en el mar para seguirlos.

Charly empezó a juguetear con los botones de las mangas de su chaqueta vaquera. Los frotaba poco a poco, como si fueran una lámpara mágica.

-Dicen que las canciones que nunca enseñó escondían a Bob Dylan.

25 marzo 2012

Love in vain

Michael me enseñó que hasta los aeropuertos de la periferia más profunda de Alabama no eran un mal lugar para componer incluso un swing dulce. Que el alma puede alimentarse de rock and roll y que el oxígeno es reemplazable por una bocanada de jazz fresco.

Michael solía vender su alma al diablo todas las noches y al despertarse por la mañana siempre la recuperaba con polvos mágicos. Michael nunca me dejó probarlos.

Me dijo que el alma jamás se rompía, pero que podías espolvorear un poco de ella en todo lo que hacías. Michael sabía cómo llegar al corazón del mundo y hacerlo suyo.

Solía decir que la magia del mundo reside en nosotros mismos y que por eso no podemos verla. Que si estás ciego no ves algo aunque exista.

En las madrugadas de invierno yo solía beber un café con leche para mantenerme despierta mientras él improvisaba unos melancólicos y esqueléticos acordes para versionar una nueva canción de los Beatles. Los demás no importaban aunque estuvieran sentados al lado en el parquet.

Michael fumaba mucho, todos los días y todo lo que podía. Se llenaba el cuerpo de humo y lo expulsaba en forma de canción.

Defendía que el arte se crea para poder expresar aquello que no te cabe más en el corazón y que las palabras solo deslizan un soplo de ello por las rendijas. Que la gente normal no sabía dejarlo salir y explotaba. Explotaba en una mueca gris perpetua, en un abandono del mundo y en una apatía enfermiza.

La sonrisa de Michael no era de este mundo y es algo que he llegado a comprender años después, porque jamás he vuelto a ver una igual.

Straight from the heart

-¿Por qué? -la pregunta se hundió entre el amargo hedor de la cerveza fría y el humo gris y seco del cigarro, consumido y muerto entre sus dedos pintados de rojo. -¿Por qué él?

Pelo corto, agitado de negro y gomina, labios gruesos que recordaban a un grupo de rock de los 60 y el fluorescente azul y verde reflejado en la piel lisa de sus pómulos cortantes.

-Supongo que era como yo.

El tocadiscos volvió a sonar y el chisporroteo del vinilo creó un universo paralelo a otra época y otra ciudad.
Sonrió, achicando sus ojos acuosos. Era su viva imagen. El tintineo de los cubitos de hielo dentro del vaso le hizo echar de menos un poco de blues espeso.

-¿Quieres algo?

-Tengo el DeLorean aparcado en la puerta.


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